domingo, 29 de mayo de 2011

Epíteto de un amor cobarde y drogadamente punzante.

En un aprieto estuve. Su corazón palpitaba por el simple hecho de que no solo corría sangre por sus venas, sino también sentimientos encerrados en glóbulos rojos.

Antes de formar parte de su cuerpo y controlarlo, se formuló una pregunta. Yo simplemente fui la consecuencia.

“Ese amor. Mi amor llenó mi corazón. Y amparado estuve de los desarreglos que el despertar de las pasiones arroja a la juventud. Sin decírselo, la amé.

Ambos corazones hablaron mucho tiempo antes que nuestras lenguas. Hasta que supe que también me amaba. Para al fin, encontrarme en esa situación que se puede calificar como conquistador del mundo.

Mi almohada me libraba en la noche de visiones que avasallaban mi corazón.

Luché contra los celos y mi orgullo continuó con mi amor. ¡Tenía celos!

Supe que no hay dignidad delante de una pasión verdadera, y la mía lo era tanto que vivirá cuanto yo viva.

Mi dignidad estaba desnutrida ante una pasión verdadera, y la mía lo era tanto que vivirá cuanto yo viva.

Se mudó mi amor en una pasión. En una pasión sin límites para reconquistar mi corazón.

Mi amor me puso una venda en los ojos, que me impedía ver la frialdad de los otros.”

Desde que aparecí en su vida, supe que era un cobarde. Mas ya corro también por sus venas cada vez que se pregunta: “¿Qué es la pasión si la dejé escapar?”.

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