jueves, 13 de diciembre de 2012

Bailando con el reflejo de Adán y Eva (II)


Ambos se sentían poderosos esa noche. Cada uno en pocas horas atrajo al otro de la manera más sutil y extraña: un borracho y un despiste. No tardaron en acostarse. Hicieron el amor como si ya hubieran pasado una época juntos. Se vestían con los besos.

Cuando empezaron a desnudarse, Eva dejaba caer la ropa a su alrededor y la pisaba. Salía infame, radiante. Adán lo sentía a lo largo de su miembro, estaba enfermo de caricias recientes.

En la penumbra, desnudos, se relajaron. Parecía que ya se conocían. ¿De dónde vienen estas influencias misteriosas que transforman en abatimiento nuestra felicidad y nuestra confianza en una dificultad?

Aquel hombre era sabio o tal vez un necio. Pero Eva se encaprichó de él. Él la ha poseído con un deleite frenético. Sentía que pertenecía a su sonrisa, a su boca, a su mirada, a su cuerpo. Tal vez lo odie y lo menosprecie. Su vínculo es extraño, delicioso.



Adán cogió un cigarrillo y lo encendió. Miraba al techo intentado sacar una teoría de esa noche. Los abrazos se los guardó, igual que los actos de aprecio. No quería precipitarse a algún sentimiento que no perteneciera a él. Se levantó y empezó a caminar arriba y debajo de la habitación bajo la opresión de un temor confuso e irresistible. Pero estaba seguro que no sentía lo mismo que Eva.

Eva notó cierta indiferencia por parte de él. Encaprichada. Estaba celosa, de la indiferencia, de la solitud, de los gestos, de sus pensamientos. Celosa del viento que murmuraba en su rostro cuando él se libraba. Celosa de las gotas del sol del amanecer que le caían en la frente.

Todo el amor y odio de una noche corrían por la venas de ella. Era su droga, no podía dejarlo. Ni un solo caso le hacía, pero ella era feliz en su ignorancia, bailaba en ella.

Pasaron la noche junto a la luna, riéndose de las estrellas. Y Adán la besaba, acariciaba pliegue por pliegue.

Aquellas miradas, tan diferentes de las de la víspera, dieron al traste con la tranquilidad. Y cuando ella vino a recordarle con su presencia el deber imperioso que no podía dejar de cumplir sin mengua de gloria, decidió que era preciso que, aquella misma noche, la mano de él no permaneciera entre las suyas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario