miércoles, 30 de noviembre de 2011

La ausencia de la luna y la presencia de los libros


Se había tumbado en la cama y en silencio interpretaba en su imaginación escenas en las que el chico la amaba, representando todos y cada uno de los momentos de su cortejo con exhaustivo detalle hasta que sus deseos habían penetrado en sus sueños y había deseado quedarse en la cama por las mañanas para hacerlos durar.

Cerró los ojos y recordó cada momento con intensidad que bien podría haber estado viéndolo y tocándolo otra vez. Le acarició el rostro, las líneas de expresión que se extendían desde los ojos hacia las sienes y las que la alegría había grabado en sus mejillas con cada sonrisa y cada carcajada. Luego rememoró las que la melancolía había esculpido en su piel y las besó ligeramente en su intento por dormir, así como despertarse a su lado.

Había pasado aquellas noches junto a la ventana sumida en una nube de nostalgia y romanticismo. Nadie se había fijado en su mirada porque siempre andaba distraída porque se perdió por infringir la ley que le prohibía contemplar su propia figura. Se perdió en el espejo de los ojos del chico como se perdió al contemplarse a sí misma en las aguas claras de un estanque.

Todo tan rápido. Luego la noche otra vez, y lo peor es que se dio cuenta, sin que pudiera, por su parte, hacer otra cosa que sentirlo. La ausencia hace que el corazón añore más al ser querido.



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