lunes, 6 de septiembre de 2010

Avaricia

Nunca le cayó una lágrima. Ni siquiera se simularon unos ojos envueltos en agua. Nada. Todo sucedía a su alrededor como si él no sintiera nada.
Él sabía perfectamente lo que era cada sentimiento, pero el verbo llorar no lo ponía a prueba.
No se sabe cuando, le dijeron que cada lágrima era una perla. Tal frase cautivó a un hombre semipiedra.
El asunto fue difícil de resolver, su familia no lo entendia: como tanta avaricia por algo que no habia hecho ni provado. En verdad, siempre había sido pobre, era un hombre feliz y raramente se le vea enfurecido.
Buscó y buscó maneras de entristecerse para que de ese modo sus lágrima le hicieran rico. No le bastó cortar cebolla ni reir inquietosamente. Pero poco a poco, se las arreglaba.
A medida que le caian lágrimas de los ojos llegaban al suelo perlas. Pequeñas perlas hicieron de él un avaricioso.
Tal vez había maneras más fáciles de llorar, mientras él yacía sentado encima de una montaña de perlas, cuchillo en la mano, llorando en vano en el salón y con el cuerpo de su amada esposa entre los brazos.

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