Se había tumbado en la cama y en silencio interpretaba en su
imaginación escenas en las que el chico la amaba, representando todos y cada
uno de los momentos de su cortejo con exhaustivo detalle hasta que sus deseos
habían penetrado en sus sueños y había deseado quedarse en la cama por las
mañanas para hacerlos durar.
Cerró los ojos y recordó cada momento con intensidad que bien
podría haber estado viéndolo y tocándolo otra vez. Le acarició el rostro, las
líneas de expresión que se extendían desde los ojos hacia las sienes y las que
la alegría había grabado en sus mejillas con cada sonrisa y cada carcajada. Luego
rememoró las que la melancolía había esculpido en su piel y las besó ligeramente
en su intento por dormir, así como despertarse a su lado.
Había pasado aquellas noches junto a la ventana sumida en una nube
de nostalgia y romanticismo. Nadie se había fijado en su mirada porque siempre
andaba distraída porque se perdió por infringir la ley que le prohibía
contemplar su propia figura. Se perdió en el espejo de los ojos del chico como
se perdió al contemplarse a sí misma en las aguas claras de un estanque.
Todo tan rápido. Luego la noche otra vez, y lo peor es que se dio cuenta,
sin que pudiera, por su parte, hacer otra cosa que sentirlo. La ausencia hace
que el corazón añore más al ser querido.