Lluvia sobre los hombros. Desfilan por mi mejilla y más tarde por mi seno una vida de falsa solitud, todos esos escritos recluidos, todos esos inviernos de enfermedad, todas esas tardes a un despreciado sol. Y lloro, lloro sin contener una lágrima de felicidad, una lágrima cálida y hermosa, mientras alrededor no hay más que la sensación de miradas ajenas en cuya compañía me siento observada y que, me rodean. Me pongo a llorar bajito y despacio.
Me levanto. Me miro en el reflejo de la ventana. Yo. Delante de mí, sin capas de mentira ni sonrisas que no lo son. Sincera y clara. Me miro y me fijo en cada detalle de mi cara. Y vuelvo a llorar.
Dentro de mi reflejo, emotividad, siempre esto, demasiada emotividad. Y me gustaría que todos los del vagón me dijeran bien fuerte lo que yo misma no me creo. Otros días, me veo como una extraña i sufro estar delante de una desconocida. Suerte de la tecnología, y nadie se fija en mí. Suerte de la gente social en sus redes sociales.
Cada vez quedan menos paradas. Me siento perdida. Sé que tengo que ir a casa. Pero busco un abrazo.
Mi cabeza se balanceaba al compás del vaivén del metro mientras la música del hombre tocando la guitarra se centraba en mi cabeza. Y volvía a mirar por la ventana.
Todo seguía su curso, hasta que mientras apoyada en la ventana, supuestamente tenía que verme a mí y no a otra persona detrás. Me cogió el brazo, me agarró como tal pasión. Me quedaba una parada. Y me abrazó.
Ahora tengo mi propia música.
Ahora mis ojos brillan y resultan atractivos.
Ahora no me siento sola, ya me quedo mejor con el chico del abrazo fuera del subterráneo. Y que me coja de la mano y me enseñe lo que hay fuera. Ya no tengo miedo.
Jolie, Relats curts TMB'11
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